Papel de la Iglesia Católica en la construcción de la sociedad caboverdiana

En el siglo XV, el reino de Portugal tenía también, aparte de los intereses económicos e imperialistas, una misión religiosa otorgada por el papado, que ejercía una fuerte autoridad e influencia sobre el poder temporal del mundo cristiano de la época. Nicolás V en 1455 y Calisto III en 1456 otorgan a D. Alfonso V de Portugal la posesión de los territorios que se estaban descubriendo en África, conceden a los portugueses el monopolio del comercio en la región, y encargan al Infante D. Henrique, prior mayor de la Orden de Cristo, para que asista a los fieles en las naos y carabelas, así como a los que quedaran en tierra, y que conviertan a los infieles, funden monasterios y otros lugares de culto, y obstaculicen el avance de los musulmanes en los territorios ultramarinos, en un conjunto de medidas que llegó a conocerse como patronato regio portugués.

Fue en este contexto en 1466 al llegar a Ribeira Grande, cuando los dos capuchinos Fray Rogério y Fray Jaime encontraron ya construida una iglesia, lo que hizo suponer que habían estado allí clérigos de la Orden de Cristo, desde 1462, época en la que se constituyó la parroquia de Ribeira Grande; y que en 1473 el vicario de Tomar envió al dominicano Fray Tomás para la vicaría de Alcatrazes.

En los 60 años siguientes, la Iglesia fue acompañando el establecimiento de poblaciones en Santiago y Fogo, y construyendo templos para el culto, entrando Cabo Verde en la dependencia de la Diócesis de Funchal en 1514, en el momento de su creación por D. Manuel I. Hasta que en 1533, época en que Ribeira Grande adquirió la categoría de ciudad, se creó la correspondiente Diócesis, con el nombre de Santiago, y se nombró el primer obispo de Cabo Verde D. Brás Neto, cuya jurisdicción se extendía también a las poblaciones de Guinea, desde el río Gambia hasta el Cabo das Palmas (en la actual Costa de Marfil). Francisco da Cruz (1551 a 1574), el tercer obispo de Santiago, marcó el apogeo de vitalidad de la diócesis. En este período se registró un vigor religioso intenso, testimoniado por la construcción de numerosos edificios religiosos, tal como se ha mencionado antes, destacándose la catedral (a pesar de tardar siglo y medio en ser construida), la Iglesia, la Casa da Misericordia y el Palacio Episcopal. En 1570 el nombramiento de cargos eclesiásticos pasó a realizarse localmente y mediante candidatura, dando como resultado su progresiva ocupación por los clérigos locales.

Además de ser entonces la principal parroquia de Cabo Verde, Ribeira Grande albergaba la Catedral, que funcionaba en la Iglesia de la Misericordia y disponía de una organización compleja, que supervisaba el Obispo, asistido por el Cabildo, constituido por el dean, un predicador, tesorero, arcediano, chantre, maestro escuela y 12 canónigos, e incluía a un cura, coadjutor, sacristán, 4 capellanes, subtesorero, 4 mozos de coro, portero de maza, predicador, organista, maestro de capilla, escribano y recaudador. La Misericordia, con sus obras, orfanatos, capillas, hospitales, cofradías, leproserías, albergues, residencias, iglesia, enfermarías y botica (farmacia), era a su vez una prolongación de la organización eclesiástica, y congregaba, a través de las cofradías, la totalidad de la población, considerada íntegramente católica, incluyendo a los esclavos. En esa época, se puede decir además que Ribeira Grande era, en una paradoja sólo aparente, una sociedad esclavócrata (con 5.700 esclavos), urbana, católica practicante... En 1606, en Cabo Verde se contaban nada menos que 54 oficiales eclesiásticos, de los cuales 45 urbanos, en Ribeira Grande, Praia y S. Filipe, y 9 vicarios rurales.

En 1582 la Iglesia abarca ya lo esencial del archipiélago, con dos grandes parroquias en Santiago (Ribeira Grande y N. Sra. Da Graça da Praia) y ocho más pequeñas, denominadas “de fuera” (S. Nicolau Tolentino da Ribeira de S. Domingos, S. Tiago da Ribeira Seca, Santo Amaro do Tarrafal, S. João da Ribeira de Santo António, Santa Catarina do Mato, S. Miguel da Ribeira dos Flamengos, S. Jorge dos Órgãos y N. Sra. Da Luz de Alcatrazes), y dos más en Fogo (S. Filipe y S. Lourenço dos Picos), cada una con al menos un padre, que celebraba misa diariamente. Desde 1575, también existen noticias de un vicario permanente en Santo Antão, y había iglesias en S. Nicolau, Boa Vista y Maio, siendo las correspondientes poblaciones visitadas esporádicamente por religiosos, que administraban los sacramentos.

En julio de 1604 llega una misión de jesuitas a Ribeira Grande, que es reforzada en 1607, y en 1610 ya tiene un colegio en funcionamiento, lo que demuestra claramente la misión de enseñar que siempre acompañó a la Iglesia, y que en Cabo Verde explica el desarrollo de la enseñanza que desde muy temprano surgió en la sociedad caboverdiana.

Tras la creación por la Santa Sede de la Congregación para la Propagación de la Fe, en Roma, en 1623 llegan misioneros de otras nacionalidades, especialmente capuchinos y franciscanos, interrumpiendo en 1642 los jesuitas, desgraciadamente, su presencia en el archipiélago. No sin haber invertido la situación de falta de preparación del clero local que habían criticado a su llegada, tanto es así que cuando, en 1652, el P. António Vieira, camino de Brasil, permanece algún tiempo en Cabo Verde, da cuenta de la existencia de un clero local activo y competente: “hay aquí clérigos y canónigos tan negros como el azabache; pero tan compuestos, tan autorizados, tan doctos, tan grandes músicos, tan discretos y bien morigerados, que pueden provocar la envidia de los que vemos en nuestras catedrales”.

Según los mismos jesuitas, que catequizaron en la primera mitad del siglo XVII las islas de Santiago y Fogo, incluyendo las poblaciones más alejadas en el interior, “…los negros libres, habitantes del interior de las islas, aunque generalmente labradores y bastante laboriosos, son vulgarmente llamados “vadios”(vagabundos), nombre que ciertamente no merecen de los indolentes burgueses o aldeanos habitantes de los puertos de mar (…) su carácter es suave, sus costumbres mansas, y su hospitalidad patriarcal”.

Después de la Restauración en Portugal, bajo el reinado de D. Juan IV, la diócesis de Cabo Verde entró en un período muy difícil, que coincidió además con el deterioro de todo el sistema civil en el archipiélago. El Cabildo se vio implicado en intrigas en complicidad con el poder civil, que culminaron con el asesinato del Deán y Vicario General Manuel Dinis Ribeiro. A partir de 1676 los obispos que llegan a Ribeira Grande son franciscanos, y desarrollan una acción religiosa sostenida en sintonía con la comunidad de padres franciscanos que ocupa las parroquias, destacando Victorino Portuense, que finaliza las obras de la Catedral y del Palacio, y se traslada allí, y levanta diversas iglesias (Santiago Maior, S. Lourenço dos Picos, Santa Catarina do Mato y S. Salvador do Mundo), y le queda tiempo para visitar Guinea durante 3 años (1694/1697). Francisco de Santo Agostinho, que le sucede (1709/1719) se ve obligado a ir a vivir a Trinidad, preocupado por conservar un mínimo de independencia del poder episcopal frente a los potentados civiles y eclesiásticos de la capital, en una época de tumultos, levantamientos y robos que llevaban a la existencia de milicias privadas y rivales.

Hasta que, en 1754, se inaugura un nuevo ciclo, con Pedro Jacinto Valente, de la Orden de Cristo, dominaba Ribeira Grande el famoso y omnipotente capitán mayor António Barros Bezerra de Oliveira. En cuanto llega a Santiago, es informado de los desmanes de este déspota y zarpa hacia las islas, supuestamente en visita pastoral, acabando por trasladar la sede de la Diócesis a Ribeira Grande, de Santo Antão, mientras que sus sucesores preferían S. Nicolau, adonde acabó siendo trasladada la sede de la Diócesis con José Luís Alves Feijó, materializándose finalmente, en 1866, el sueño de todos los obispos de Cabo Verde, el de abrir un seminario en el que se impartiera una enseñanza adecuada al clero caboverdiano. Tanto éste como su sucesor, en 1957, en Ponta Temerosa, en Praia, contribuyeron aún más a la formación de elites eruditas en la sociedad caboverdiana que a la ordenación de ministros de la Iglesia.

Ya en el siglo XX (1941) llegaron a Santiago y a Maio los padres del Espíritu Santo (portugueses, suizos y más tarde también caboverdianos), una congregación religiosa muy pujante de origen francés, precedidos del Obispo Faustino Moreira dos Santos (1941/1955), también Espiritano, que, junto con los Capuchinos en otras islas y de un grupo de padres procedentes de Goa (incluyendo un obispo – José Colaço, 1956/75), desarrollaron un trabajo religioso que reflejó la modernización que la Iglesia Católica había prefigurado, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II (años 60), que motivó, además como contrapunto, la aparición de la facción “rabelados” (en la zona de Calheta y de Tarrafal), que chocaban con la renovación de los ritos y la adopción de rituales más unidos a la comprensión de los fieles.

Al mismo tiempo que desarrolló una labor pastoral intensa, a la cual incorporó de forma masiva a la población, sedienta de volver a las prácticas religiosas auténticas que hace siglos configuraban su cultura, la Iglesia reinició el seminario, ahora en Ponta Temerosa (1957) y, en colaboración con los sucesivos gobiernos locales empeñados en difundir la enseñanza a toda la población, desarrolló un importante programa de escolarización (para niños y adultos), especialmente en el período en que el Superior de la Congregación en Cabo Verde fue José Maria de Sousa – 1963/1974).

Fue precisamente de los Padres del Espíritu Santo que surgió el primer obispo caboverdiano, Paulino Évora (1975/2009). Otro caboverdiano, Arlindo Furtado, ocupa en 2003 la cabeza de la segunda diócesis del país, entonces creada en Mindelo, dividiéndose así el país en las diócesis de Sotavento y Barlovento. Por renuncia de D. Paulino Évora en 2009, pasó al frente de la diócesis de Praia, D. Arlindo Furtado, en una época en la que buena parte de los padres en Cabo Verde son nacionales, procedentes del Seminario de S. José, del cual, una vez más, a semejanza de lo que ocurrió en S. Nicolau en el siglo XIX, surgieron muchos ciudadanos que pasaron a incorporarse a la élite de la sociedad civil.

En el siglo XV, el reino de Portugal tenía también, aparte de los intereses económicos e imperialistas, una misión religiosa otorgada por el papado, que ejercía una fuerte autoridad e influencia sobre el poder temporal del mundo cristiano de la época. Nicolás V en 1455 y Calisto III en 1456 otorgan a D. Alfonso V de Portugal la posesión de los territorios que se estaban descubriendo en África, conceden a los portugueses el monopolio del comercio en la región, y encargan al Infante D. Henrique, prior mayor de la Orden de Cristo, para que asista a los fieles en las naos y carabelas, así como a los que quedaran en tierra, y que conviertan a los infieles, funden monasterios y otros lugares de culto, y obstaculicen el avance de los musulmanes en los territorios ultramarinos, en un conjunto de medidas que llegó a conocerse como patronato regio portugués.

Fue en este contexto en 1466 al llegar a Ribeira Grande, cuando los dos capuchinos Fray Rogério y Fray Jaime encontraron ya construida una iglesia, lo que hizo suponer que habían estado allí clérigos de la Orden de Cristo, desde 1462, época en la que se constituyó la parroquia de Ribeira Grande; y que en 1473 el vicario de Tomar envió al dominicano Fray Tomás para la vicaría de Alcatrazes.

En los 60 años siguientes, la Iglesia fue acompañando el establecimiento de poblaciones en Santiago y Fogo, y construyendo templos para el culto, entrando Cabo Verde en la dependencia de la Diócesis de Funchal en 1514, en el momento de su creación por D. Manuel I. Hasta que en 1533, época en que Ribeira Grande adquirió la categoría de ciudad, se creó la correspondiente Diócesis, con el nombre de Santiago, y se nombró el primer obispo de Cabo Verde D. Brás Neto, cuya jurisdicción se extendía también a las poblaciones de Guinea, desde el río Gambia hasta el Cabo das Palmas (en la actual Costa de Marfil). Francisco da Cruz (1551 a 1574), el tercer obispo de Santiago, marcó el apogeo de vitalidad de la diócesis. En este período se registró un vigor religioso intenso, testimoniado por la construcción de numerosos edificios religiosos, tal como se ha mencionado antes, destacándose la catedral (a pesar de tardar siglo y medio en ser construida), la Iglesia, la Casa da Misericordia y el Palacio Episcopal. En 1570 el nombramiento de cargos eclesiásticos pasó a realizarse localmente y mediante candidatura, dando como resultado su progresiva ocupación por los clérigos locales.

Además de ser entonces la principal parroquia de Cabo Verde, Ribeira Grande albergaba la Catedral, que funcionaba en la Iglesia de la Misericordia y disponía de una organización compleja, que supervisaba el Obispo, asistido por el Cabildo, constituido por el dean, un predicador, tesorero, arcediano, chantre, maestro escuela y 12 canónigos, e incluía a un cura, coadjutor, sacristán, 4 capellanes, subtesorero, 4 mozos de coro, portero de maza, predicador, organista, maestro de capilla, escribano y recaudador. La Misericordia, con sus obras, orfanatos, capillas, hospitales, cofradías, leproserías, albergues, residencias, iglesia, enfermarías y botica (farmacia), era a su vez una prolongación de la organización eclesiástica, y congregaba, a través de las cofradías, la totalidad de la población, considerada íntegramente católica, incluyendo a los esclavos. En esa época, se puede decir además que Ribeira Grande era, en una paradoja sólo aparente, una sociedad esclavócrata (con 5.700 esclavos), urbana, católica practicante... En 1606, en Cabo Verde se contaban nada menos que 54 oficiales eclesiásticos, de los cuales 45 urbanos, en Ribeira Grande, Praia y S. Filipe, y 9 vicarios rurales.

En 1582 la Iglesia abarca ya lo esencial del archipiélago, con dos grandes parroquias en Santiago (Ribeira Grande y N. Sra. Da Graça da Praia) y ocho más pequeñas, denominadas “de fuera” (S. Nicolau Tolentino da Ribeira de S. Domingos, S. Tiago da Ribeira Seca, Santo Amaro do Tarrafal, S. João da Ribeira de Santo António, Santa Catarina do Mato, S. Miguel da Ribeira dos Flamengos, S. Jorge dos Órgãos y N. Sra. Da Luz de Alcatrazes), y dos más en Fogo (S. Filipe y S. Lourenço dos Picos), cada una con al menos un padre, que celebraba misa diariamente. Desde 1575, también existen noticias de un vicario permanente en Santo Antão, y había iglesias en S. Nicolau, Boa Vista y Maio, siendo las correspondientes poblaciones visitadas esporádicamente por religiosos, que administraban los sacramentos.

En julio de 1604 llega una misión de jesuitas a Ribeira Grande, que es reforzada en 1607, y en 1610 ya tiene un colegio en funcionamiento, lo que demuestra claramente la misión de enseñar que siempre acompañó a la Iglesia, y que en Cabo Verde explica el desarrollo de la enseñanza que desde muy temprano surgió en la sociedad caboverdiana.

Tras la creación por la Santa Sede de la Congregación para la Propagación de la Fe, en Roma, en 1623 llegan misioneros de otras nacionalidades, especialmente capuchinos y franciscanos, interrumpiendo en 1642 los jesuitas, desgraciadamente, su presencia en el archipiélago. No sin haber invertido la situación de falta de preparación del clero local que habían criticado a su llegada, tanto es así que cuando, en 1652, el P. António Vieira, camino de Brasil, permanece algún tiempo en Cabo Verde, da cuenta de la existencia de un clero local activo y competente: “hay aquí clérigos y canónigos tan negros como el azabache; pero tan compuestos, tan autorizados, tan doctos, tan grandes músicos, tan discretos y bien morigerados, que pueden provocar la envidia de los que vemos en nuestras catedrales”.

Según los mismos jesuitas, que catequizaron en la primera mitad del siglo XVII las islas de Santiago y Fogo, incluyendo las poblaciones más alejadas en el interior, “…los negros libres, habitantes del interior de las islas, aunque generalmente labradores y bastante laboriosos, son vulgarmente llamados “vadios”(vagabundos), nombre que ciertamente no merecen de los indolentes burgueses o aldeanos habitantes de los puertos de mar (…) su carácter es suave, sus costumbres mansas, y su hospitalidad patriarcal”.

Después de la Restauración en Portugal, bajo el reinado de D. Juan IV, la diócesis de Cabo Verde entró en un período muy difícil, que coincidió además con el deterioro de todo el sistema civil en el archipiélago. El Cabildo se vio implicado en intrigas en complicidad con el poder civil, que culminaron con el asesinato del Deán y Vicario General Manuel Dinis Ribeiro. A partir de 1676 los obispos que llegan a Ribeira Grande son franciscanos, y desarrollan una acción religiosa sostenida en sintonía con la comunidad de padres franciscanos que ocupa las parroquias, destacando Victorino Portuense, que finaliza las obras de la Catedral y del Palacio, y se traslada allí, y levanta diversas iglesias (Santiago Maior, S. Lourenço dos Picos, Santa Catarina do Mato y S. Salvador do Mundo), y le queda tiempo para visitar Guinea durante 3 años (1694/1697). Francisco de Santo Agostinho, que le sucede (1709/1719) se ve obligado a ir a vivir a Trinidad, preocupado por conservar un mínimo de independencia del poder episcopal frente a los potentados civiles y eclesiásticos de la capital, en una época de tumultos, levantamientos y robos que llevaban a la existencia de milicias privadas y rivales.

Hasta que, en 1754, se inaugura un nuevo ciclo, con Pedro Jacinto Valente, de la Orden de Cristo, dominaba Ribeira Grande el famoso y omnipotente capitán mayor António Barros Bezerra de Oliveira. En cuanto llega a Santiago, es informado de los desmanes de este déspota y zarpa hacia las islas, supuestamente en visita pastoral, acabando por trasladar la sede de la Diócesis a Ribeira Grande, de Santo Antão, mientras que sus sucesores preferían S. Nicolau, adonde acabó siendo trasladada la sede de la Diócesis con José Luís Alves Feijó, materializándose finalmente, en 1866, el sueño de todos los obispos de Cabo Verde, el de abrir un seminario en el que se impartiera una enseñanza adecuada al clero caboverdiano. Tanto éste como su sucesor, en 1957, en Ponta Temerosa, en Praia, contribuyeron aún más a la formación de elites eruditas en la sociedad caboverdiana que a la ordenación de ministros de la Iglesia.

Ya en el siglo XX (1941) llegaron a Santiago y a Maio los padres del Espíritu Santo (portugueses, suizos y más tarde también caboverdianos), una congregación religiosa muy pujante de origen francés, precedidos del Obispo Faustino Moreira dos Santos (1941/1955), también Espiritano, que, junto con los Capuchinos en otras islas y de un grupo de padres procedentes de Goa (incluyendo un obispo – José Colaço, 1956/75), desarrollaron un trabajo religioso que reflejó la modernización que la Iglesia Católica había prefigurado, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II (años 60), que motivó, además como contrapunto, la aparición de la facción “rabelados” (en la zona de Calheta y de Tarrafal), que chocaban con la renovación de los ritos y la adopción de rituales más unidos a la comprensión de los fieles.

Al mismo tiempo que desarrolló una labor pastoral intensa, a la cual incorporó de forma masiva a la población, sedienta de volver a las prácticas religiosas auténticas que hace siglos configuraban su cultura, la Iglesia reinició el seminario, ahora en Ponta Temerosa (1957) y, en colaboración con los sucesivos gobiernos locales empeñados en difundir la enseñanza a toda la población, desarrolló un importante programa de escolarización (para niños y adultos), especialmente en el período en que el Superior de la Congregación en Cabo Verde fue José Maria de Sousa – 1963/1974).

Fue precisamente de los Padres del Espíritu Santo que surgió el primer obispo caboverdiano, Paulino Évora (1975/2009). Otro caboverdiano, Arlindo Furtado, ocupa en 2003 la cabeza de la segunda diócesis del país, entonces creada en Mindelo, dividiéndose así el país en las diócesis de Sotavento y Barlovento. Por renuncia de D. Paulino Évora en 2009, pasó al frente de la diócesis de Praia, D. Arlindo Furtado, en una época en la que buena parte de los padres en Cabo Verde son nacionales, procedentes del Seminario de S. José, del cual, una vez más, a semejanza de lo que ocurrió en S. Nicolau en el siglo XIX, surgieron muchos ciudadanos que pasaron a incorporarse a la élite de la sociedad civil.

Autoria/Fonte

Armando Ferreira