El nacimiento del mundo criollo

Los designios de la Historia, salvaguardada la innombrable tragedia que fue la esclavitud a lo largo de los tiempos para millones de personas, a las que se negó la dignidad más elemental, cuyo derecho asiste a todos, convirtieron Ribeira Grande, y a partir de ahí, en el crisol de una nueva grey, resultado sobre todo del hecho de que los pobladores blancos casi siempre fueron hombres, y que la naturaleza pudo más que las diferencias raciales, que en otros parajes y situaciones impidieron el mestizaje.

Contrariamente a lo que aún persiste en la memoria colectiva, Ribeira Grande fue una puerta de rescate progresivo, aunque lento, de la esclavitud arbitraria que reinaba en las tribus de las que procedían los esclavos, cuyos jefes y gurús disponían a su capricho de la vida de los respectivos súbditos y creyentes.

La acción de la Iglesia, la influencia de los preceptos evangélicos y la convivencia interracial fueron determinantes para que, lentamente, las poblaciones esclavas recuperaran el sentido de la dignidad humana, y que un fuerte apego a la libertad individual, un orgullo llevado a veces al extremo y una matriz profundamente religiosa se entretejieran en la creación de un pueblo joven y prevalecieran, siendo hoy paradigmas claros y vivos en el alma del país.

Como ocurre con frecuencia en la Historia, las dificultades más duras tienden a regenerar a personas y sociedades, fue lo que ocurrió con el declive de Ribeira Grande, que indujo la disminución del comercio y la riqueza, la fuga de los esclavos hacia las regiones del interior y posterior desesclavitud (además de la fuga, también por muerte, alforria (emancipación), venta y envejecimiento), la desmonetarización, el cambio del dominio urbano al dominio rural, el conflicto abierto entre morgados y funcionarios reales, por un lado, y por el otro forros y fujões, calificados por los primeros como vagabundos perezosos y “zambuneiros”, y rechazaron la integración cultural y social en el paradigma de la sociedad esclavócrata.

Durante los siglos XVI y XVII, la sociedad caboverdiana forjó, para bien y para mal, un modelo que convierte la libertad en el valor supremo de la idiosincrasia criolla, segregando una ideología igualitaria, sin que el Reino quisiera, o tuviera medios para frenar este designio (incluso  cuando las Compañías, especialmente la de Grão Pará y Maranhão, con poderes absolutos durante 20 años - 1757/1777 – presionaron para restablecer el status quo anterior, sobre todo oprimiendo las poblaciones a las que vendía caro y compraba barato, y a las que dificultaba el comercio de agua con los barcos). Permaneciendo una sociedad abierta al exterior, como lo demuestra la popularización del comercio en las playas, la famosa morabeza (siempre mencionada como característica del pueblo de estas islas, a pesar de la existencia en algunas épocas de bandas armadas en las montañas e incluso en las ciudades) y la emigración a muchos países, el pueblo de Cabo Verde ya  no volvió a aceptar situaciones de sumisión, ni siquiera cuando tuvo que pagar este valor con la vida, expuesto al hambre y a la enfermedad.

La experiencia criolla debe ser entendida, antes que nada, por acción de las fuerzas que le originaron, como un cuestionamiento definitivo y convencido, “avant la lettre”, del supuesto derecho de propiedad del hombre por el hombre. Es este sentido de independencia y libertad el que, aunque no haya emergido un “grito de Ipiranga” en el archipiélago hasta mediados del siglo XX, da fuerza, sentido y pujanza a la criollidad.

No es casual que en el siglo XXI, a semejanza de lo que ocurrió también en Brasil, el sentido de nación de los caboverdianos no es propio de ningún sector de la sociedad en particular, sino del conjunto de todos, independientemente de su referencia desde el punto de vista racial o religioso, y que la nación caboverdiana está profundamente preparada para vivir en democracia, tal como se puede constatar, aunque para algunos resulte sorprendente.

Cabo Verde fue un crisol de universalización de la persona humana, desde la primera hora de su existencia, y tenía ante sí, junto con el resto del mundo criollo, un cometido más amplio que su tamaño, el de aportar algo al mundo, ya no en el sentido del descubrimiento de nuevas tierras, sino en el desarrollo de una gente nueva, con ideas innovadoras.

Los designios de la Historia, salvaguardada la innombrable tragedia que fue la esclavitud a lo largo de los tiempos para millones de personas, a las que se negó la dignidad más elemental, cuyo derecho asiste a todos, convirtieron Ribeira Grande, y a partir de ahí, en el crisol de una nueva grey, resultado sobre todo del hecho de que los pobladores blancos casi siempre fueron hombres, y que la naturaleza pudo más que las diferencias raciales, que en otros parajes y situaciones impidieron el mestizaje.

Contrariamente a lo que aún persiste en la memoria colectiva, Ribeira Grande fue una puerta de rescate progresivo, aunque lento, de la esclavitud arbitraria que reinaba en las tribus de las que procedían los esclavos, cuyos jefes y gurús disponían a su capricho de la vida de los respectivos súbditos y creyentes.

La acción de la Iglesia, la influencia de los preceptos evangélicos y la convivencia interracial fueron determinantes para que, lentamente, las poblaciones esclavas recuperaran el sentido de la dignidad humana, y que un fuerte apego a la libertad individual, un orgullo llevado a veces al extremo y una matriz profundamente religiosa se entretejieran en la creación de un pueblo joven y prevalecieran, siendo hoy paradigmas claros y vivos en el alma del país.

Como ocurre con frecuencia en la Historia, las dificultades más duras tienden a regenerar a personas y sociedades, fue lo que ocurrió con el declive de Ribeira Grande, que indujo la disminución del comercio y la riqueza, la fuga de los esclavos hacia las regiones del interior y posterior desesclavitud (además de la fuga, también por muerte, alforria (emancipación), venta y envejecimiento), la desmonetarización, el cambio del dominio urbano al dominio rural, el conflicto abierto entre morgados y funcionarios reales, por un lado, y por el otro forros y fujões, calificados por los primeros como vagabundos perezosos y “zambuneiros”, y rechazaron la integración cultural y social en el paradigma de la sociedad esclavócrata.

Durante los siglos XVI y XVII, la sociedad caboverdiana forjó, para bien y para mal, un modelo que convierte la libertad en el valor supremo de la idiosincrasia criolla, segregando una ideología igualitaria, sin que el Reino quisiera, o tuviera medios para frenar este designio (incluso  cuando las Compañías, especialmente la de Grão Pará y Maranhão, con poderes absolutos durante 20 años - 1757/1777 – presionaron para restablecer el status quo anterior, sobre todo oprimiendo las poblaciones a las que vendía caro y compraba barato, y a las que dificultaba el comercio de agua con los barcos). Permaneciendo una sociedad abierta al exterior, como lo demuestra la popularización del comercio en las playas, la famosa morabeza (siempre mencionada como característica del pueblo de estas islas, a pesar de la existencia en algunas épocas de bandas armadas en las montañas e incluso en las ciudades) y la emigración a muchos países, el pueblo de Cabo Verde ya  no volvió a aceptar situaciones de sumisión, ni siquiera cuando tuvo que pagar este valor con la vida, expuesto al hambre y a la enfermedad.

La experiencia criolla debe ser entendida, antes que nada, por acción de las fuerzas que le originaron, como un cuestionamiento definitivo y convencido, “avant la lettre”, del supuesto derecho de propiedad del hombre por el hombre. Es este sentido de independencia y libertad el que, aunque no haya emergido un “grito de Ipiranga” en el archipiélago hasta mediados del siglo XX, da fuerza, sentido y pujanza a la criollidad.

No es casual que en el siglo XXI, a semejanza de lo que ocurrió también en Brasil, el sentido de nación de los caboverdianos no es propio de ningún sector de la sociedad en particular, sino del conjunto de todos, independientemente de su referencia desde el punto de vista racial o religioso, y que la nación caboverdiana está profundamente preparada para vivir en democracia, tal como se puede constatar, aunque para algunos resulte sorprendente.

Cabo Verde fue un crisol de universalización de la persona humana, desde la primera hora de su existencia, y tenía ante sí, junto con el resto del mundo criollo, un cometido más amplio que su tamaño, el de aportar algo al mundo, ya no en el sentido del descubrimiento de nuevas tierras, sino en el desarrollo de una gente nueva, con ideas innovadoras.

Autoria/Fonte

Armando Ferreira