Deriva

Sin embargo, al mismo tiempo que se procesa este reordenamiento administrativo en el conjunto del archipiélago, en Santiago se desarrollaba en estos años una deriva peligrosa, que provocó una fuerte sacudida en la caboverdianización que aquí se estaba probando. Como se ha descrito anteriormente, la rarefacción de la llegada de reinoles para ocupar los puestos administrativos, dio como resultado que dichos puestos fueran ocupados progresivamente por “blancos de la tierra”, de manera que en la primera mitad del siglo XVIII estos cargos, incluso los de oidor o gobernador, raramente fueran ocupados por enviados del reino.

En este proceso, surgió una oligarquía de un pequeño número de familias, de las cuales se distinguió una, la de André Álvares de Almada, un mulato “blanco de la Tierra” prestigioso, que escribió un importante texto sobre las Islas de Cabo Verde y Guinea (Tratado Breve dos Rios de Guiné de Cabo Verde). Este patriarca e hijo de Santiago, caballero de la Orden de Cristo, se casó dos veces, y de cada uno de los matrimonios nació una cepa de la oligarquía antes mencionada. De una de ellas surgió un linaje que, como si de una monarquía se tratara, se hizo cargo del Gobierno de Cabo Verde y del conjunto del poder, incluyendo el militar y el judicial, hasta el eclesiástico, mediante relaciones promiscuas con el Cabildo, casi continuamente desde 1646, cuando Jorge Araújo de Mogueimas, yerno de Almada, se convirtió en capitán mayor de Ribeira Grande y después gobernador interino, hasta 1764, año en que el temible “coronel” António de Barros Bezerra de Oliveira, que se nombró a sí mismo “príncipe de Cabo Verde” y “régulo de la isla”, quien no dudó en seguir la vía de la fuerza e incluso del crimen violento para tomar todos los poderes, desde la Cámara hasta la Misericordia, la Hacienda, la Justicia, las Parroquias y el propio Cabildo, hasta llegar a la Oidoría (el oidor João Vieira de Andrade, llegado a Playa en diciembre de 1761 fue asesinado 6 meses más tarde) y el Gobierno (el Gobernador Marcelino Pereira de Ávila, llegado en marzo del mismo año, fue depuesto 23 días después por fuerza del aparato militar bajo el mando del coronel), acabó siendo apresado, juzgado en Lisboa, condenado y ejecutado, junto con otros nueve hombres del gobierno de Ribeira Grande, por órdenes del Marquês de Pombal, Sebastião José de Carvalho e Melo que, de forma cruel, y como ya lo hizo en Portugal con la familia de los Távoras, devolvió sus cabezas a Playa, donde quedaron expuestas “hasta que el tiempo las consumiera”, para ejemplo de los que por allí pasasen.

Sin embargo, al mismo tiempo que se procesa este reordenamiento administrativo en el conjunto del archipiélago, en Santiago se desarrollaba en estos años una deriva peligrosa, que provocó una fuerte sacudida en la caboverdianización que aquí se estaba probando. Como se ha descrito anteriormente, la rarefacción de la llegada de reinoles para ocupar los puestos administrativos, dio como resultado que dichos puestos fueran ocupados progresivamente por “blancos de la tierra”, de manera que en la primera mitad del siglo XVIII estos cargos, incluso los de oidor o gobernador, raramente fueran ocupados por enviados del reino.

En este proceso, surgió una oligarquía de un pequeño número de familias, de las cuales se distinguió una, la de André Álvares de Almada, un mulato “blanco de la Tierra” prestigioso, que escribió un importante texto sobre las Islas de Cabo Verde y Guinea (Tratado Breve dos Rios de Guiné de Cabo Verde). Este patriarca e hijo de Santiago, caballero de la Orden de Cristo, se casó dos veces, y de cada uno de los matrimonios nació una cepa de la oligarquía antes mencionada. De una de ellas surgió un linaje que, como si de una monarquía se tratara, se hizo cargo del Gobierno de Cabo Verde y del conjunto del poder, incluyendo el militar y el judicial, hasta el eclesiástico, mediante relaciones promiscuas con el Cabildo, casi continuamente desde 1646, cuando Jorge Araújo de Mogueimas, yerno de Almada, se convirtió en capitán mayor de Ribeira Grande y después gobernador interino, hasta 1764, año en que el temible “coronel” António de Barros Bezerra de Oliveira, que se nombró a sí mismo “príncipe de Cabo Verde” y “régulo de la isla”, quien no dudó en seguir la vía de la fuerza e incluso del crimen violento para tomar todos los poderes, desde la Cámara hasta la Misericordia, la Hacienda, la Justicia, las Parroquias y el propio Cabildo, hasta llegar a la Oidoría (el oidor João Vieira de Andrade, llegado a Playa en diciembre de 1761 fue asesinado 6 meses más tarde) y el Gobierno (el Gobernador Marcelino Pereira de Ávila, llegado en marzo del mismo año, fue depuesto 23 días después por fuerza del aparato militar bajo el mando del coronel), acabó siendo apresado, juzgado en Lisboa, condenado y ejecutado, junto con otros nueve hombres del gobierno de Ribeira Grande, por órdenes del Marquês de Pombal, Sebastião José de Carvalho e Melo que, de forma cruel, y como ya lo hizo en Portugal con la familia de los Távoras, devolvió sus cabezas a Playa, donde quedaron expuestas “hasta que el tiempo las consumiera”, para ejemplo de los que por allí pasasen.

Autoria/Fonte

Armando Ferreira